Érase una vez una hermosa joven llamada Blancanieves. Tenía el pelo negro, los labios rojos y su piel era muy pálida. Tenía una madrastra que la hacía trabajar como una esclava. Su madrastra siempre la había odiado por ser más guapa que ella. Todos los días preguntaba a su espejo mágico quién era la más hermosa del reino y el espejo siempre contestaba que era Blancanieves. Un día, la madrastra mandó al cazador matar a Blancanieves y para asegurarse de que hacía su trabajo debería traer su corazón en una caja. El cazador no pudo hacerlo y la dijo que se fuera. Éste mató un jabalí y metió su corazón en la caja. Mientras, Blancanieves estaba en el bosque. Allí se encontró con dos caminos: uno con muchas flores y otro sin flores. Blancanieves escogió el camino con flores que la llevó hasta una casa gigante. Al asomarse por la ventana vio que todo era muy agrandado. Entró y vio tres sofás, una mesa, tres sillas…Lo normal en una casa ¡pero gigante! De repente, se abrió la puerta y vio una señora que parecía amable, un señor que parecía gruñón y una niña que parecía divertida. El señor se relamió mientras se acercaba a Blancanieves. De inmediato la señora le agarró de la oreja y mientras le regañaba la niña se agachó y le dijo a Blancanieves que no le haría nada. Cuando les contó la historia la echaron y le dijeron que no querían que la reina fuese allí. En ese momento, apareció un conejo y Blancanieves se agachó para acariciarle. En ese momento el conejo se transformó en la madrastra y envió a Blancanieves a otra dimensión. En esa dimensión había un príncipe del que Blancanieves se enamoró. Blancanieves y el príncipe se besaron. La madrastra, sintió que se debilitaba y la razón era que Blancanieves y aquel príncipe se habían dado un beso. En unos minutos la bruja murió porque gracias al amor Blancanieves y el príncipe habían salido de esa dimensión oscura y fría.
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